Mi Padre.

                               

JUAN PABLO ESCOBAR.

AHORA JUAN SEBASTIÁN MARROQUÍN SANTOS.

Nació en Medellín en 1977. Arquitecto y Diseñador

Industrial. Protagonizó el siete veces galardonado documental

"Pecados de mi Padre" proyectado por la ONU en la

Celebración del Día Internacional de la Paz. Como pacifista

concretó el diálogo, la reconciliación y el perdón con hijos de

las víctimas de la violencia narcoterrorista ejercida por su

padre en los ochenta y noventa. Conferencista e hijo del

narcotraficante más conocido de la historia.


TODOS LOS CAPITULOS.

CAPÍTULO 1. LA TRAICIÓN . ....

CAPÍTULO 2. ¿DÓNDE QUEDÓ LA PLATA?

CAPÍTULO 3. LA PAZ CON LOS CARTELES ...

CAPÍTULO 4. AMBICIÓN DESMEDIDA.

CAPÍTULO 5- LOS ORÍGENES DE MI PADRE

CAPÍTULO 6. NÁPOLES: SUEÑOS y PESADILLAS

CAPÍTULO 7. LA COCA RENAULT

CAPÍTULO 8. EXCENTRICIDADES

CAPÍTULO 9. HACIENDO DE MAS POR LOS AMIGOS...

CAPÍTULO 10. PAPÁ NARCO

CAPÍTULO 11. POLÍTICA: SU PEOR ERROR

CAPÍTULO 12. PREFERIMOS UNA TUMBA EN COLOMBIA 235

CAPÍTULO 13. BARBARIE 271

CAPÍTULO 14. CUENTOS DESDE LA CATEDRAL

CAPÍTULO 15. PREOCÚPENSE CUANDO



                PRESENTACION

Pasaron más de veinte años de silencio mientras recomponía

mi vida en el exilio. Para cada cosa hay un tiempo y este libro, al

igual que su autor, necesitaban un proceso de maduración,

autocrítica y humildad. Solo así estaría listo para sentarme a

escribir historias que aún hoy para la sociedad colombiana

siguen siendo un interrogante. Colombia también ha madurado para escuchar y por eso

consideré que era hora de compartir con los lectores mi vida al

lado del hombre que fue mi padre, a quien amé

incondicionalmente y con quien por imperio del destino

compartí momentos que marcaron una parte de la historia de

Colombia. Desde el día en que nací hasta el día de su muerte, mi padre

fue mi amigo, guía, maestro y consejero de bien. En vida, alguna

vez le pedí que escribiera su verdadera historia, pero no estuvo

de acuerdo: "Grégory, la historia hay que terminar de hacerla

para poder escribirla".

Juré vengar la muerte de mi padre, pero rompí la promesa

diez minutos después. Todos tenemos derecho a cambiar y

desde hace

más de dos décadas vivo inmerso en reglas claras de

tolerancia convivencia pacífica, diálogo, perdón, justicia y

reconciliación.

Este no es un libro de reproches; es un libro que plantea

profundas reflexiones sobre cómo está diseñada nuestra patria y

sus políticas, y por qué surgen de sus entrañas personajes como

mi padre.

Soy respetuoso de la vida y desde ese lugar escribí este libro;

desde una perspectiva diferente y única en la que no tengo

agenda oculta, contrario a la mayoría de ios textos que circulan

sobre mi papá.

Este libro no es tampoco la verdad absoluta. Es un ejercicio

de búsqueda y una aproximación a la vida de mi padre. Es una

investigación personal e íntima. Es el redescubrimiento de un

hombre con todas sus virtudes pero también con todos sus

defectos. La mayor parte de estas anécdotas me las contó en las

frías y largas noches del último año de su vida, alrededor de

fogatas; otras me las dejó escritas cuando sus enemigos estaban

muy cerca de aniquilarnos a todos.

Este acercamiento a la historia de mi padre me llevó a

personajes ocultos por años, que solo ahora estuvieron

dispuestol a contribuir con este libro, para que mi juicio y el de

la editorial no estuvieran nublados. Pero sobre todo para que

nadie, nunca más, herede estos odios. No siempre estuve al lado de mi padre, no me sé todas sus

historias. Miente quien diga que las conoce en su totalidad. Me

enteré de todas las memorias que contiene este libro, mucho

tiempo después de que sucedieron los hechos. Mi padre jamás

consultó ninguna de sus decisiones conmigo, ni con nadie; era

un hombre que sentenciaba por su propia cuenta. Muchas 'verdades' de mi padre se saben a medias, o ni

siquiera se conocen. Por eso contar su historia implicó muchos

riesgos porque debía ser narrada con un enorme sentido de

responsabilidad, porque lamentablemente mucho de lo que se

ha dicho pareciera encajar a la perfección. 



  CAPÍTULO 1
   LA TRAICIÓN.

El 19 de diciembre de 1994, dos semanas después de la

muerte de mi padre, seguíamos recluidos y fuertemente

custodiados en el piso veintinueve del aparta-hotel Residencias

Tequendama en Bogotá. De repente recibimos una llamada desde Medellín en la que nos informaron sobre un atentado

contra mi tío Roberto Escobar en la cárcel de Itagüí con una

carta bomba. Preocupados, intentamos saber qué había pasado pero nadie

nos daba razón. Los noticieros de televisión reportaron que

Roberto abrió un sobre de papel enviado desde la Procuraduría, pero este explotó y le produjo heridas graves en los ojos y el

abdomen. Al día siguiente llamaron mis tías y nos informaron que la

Clínica Las Vegas, a donde fue trasladado de emergencia, no

tenía los equipos de oftalmología que se requerían para

operarlo. Y como si fuera poco, circulaba el rumor de que un

comando armado se proponía rematarlo en su habitación. Entonces mi familia decidió trasladar a Roberto al hospital

Militar Central de Bogotá porque no solo estaba mejor dotado

tecnológicamente, sino porque ofrecía condiciones adecuadas de

seguridad. Así ocurrió y mi madre pagó los tres mil dólares que

costó el alquiler de un avión ambulancia. Una vez confirmé que

ya estaba hospitalizado, decidimos ir a visitarlo con mi tío

Fernando, hermano de mi madre. 4

Cuando salíamos del hotel observamos extrañados que los

agentes del CTI de la Fiscalía que nos protegían desde finales de

noviembre habían sido reemplazados ese día y sin previo aviso

por

hombres de la Sijin, inteligencia de la Policía en Bogotá. No

le dije nada a mi tío, pero tuve el presentimiento de que algo

malo podía pasar. En otras áreas del edificio y cumpliendo

diversas tareas relacionadas con nuestra seguridad también

había agentes de la Dijin y el DAS. En la parte exterior la

vigilancia estaba a cargo del Ejército. Un par de horas después de llegar a las salas de cirugía del

Hospital Militar salió un médico y nos dijo que necesitaban la

autorización de algún pariente de Roberto porque era necesario

extraerle los dos ojos, que habían resultado muy dañados tras la

explosión. Nos negamos a firmar y le pedimos al especialista que

aunque las posibilidades fueran mínimas hiciera lo que estuviera

a su alcance para que el paciente no quedara ciego, sin importar

el costo. También le propusimos traer al mejor oftalmólogo,

desde el lugar donde estuviera. Horas después, todavía anestesiado, Roberto salió de cirugía

y lo trasladaron a una habitación donde esperaba un guardia del

Instituto Carcelario y Penitenciario, Inpec. Tenía vendas en la

cara, el abdomen y la mano izquierda. Aguardamos pacientemente hasta que empezó a despertar. Todavía embotado por la sedación nos dijo que veía algo de luz

pero no identificaba ninguna figura. Cuando vi que había recobrado algo de lucidez le dije que

estaba desesperado porque si habían atentado contra él después de la muerte de mi padre, lo más seguro era que siguiéramos mi

mamá, mi hermana y yo. Angustiado, le pregunté si mi papá

tenía un helicóptero escondido para fugarnos. En medio de la charla, interrumpida por el ingreso de

enfermeras y médicos para atenderlo, le pregunté varias veces

cómo podríamos sobrevivir ante la evidente amenaza de los